Las relaciones padres e hijos vienen sufriendo todos los males de que adolecen los sentimientos y valores de una sociedad enferma. Se echa en falta un vínculo de amor y respeto mutuo entre la figura del padre y madre con los hijos. Padres que no se han enterado que sus hijos son nuevos proyectos de vidas nuevas. Han vulgarizado sin ninguna mala intención, la gran obra de la creación de la vida humana en una dura realidad que nunca ha estado en sus manos encauzarla y menos basarla en las raíces del amor, la generosidad la formación inteligente. Poco ejemplo pueden dar unos padres que ignoran las esencias íntimas de la naturaleza de sus hijos. No se trata tanto de culpabilidad como de unas circunstancias de vida que han arrollado de forma cruel los tiempos y sentimientos de unos padres prisioneros de la crueldad cotidiana que les ha tocado vivir. Si beben y fuman, lo hacen porque es un resorte que alivia su conciencia natural, ante la mirada en principio limpia de sus hijos y torva mas adelante, cuando se ven obligados a caminar por sendas sin futuro y ambos, padres e hijos, deben darse mucho amor para no verse arrastrados a una loca carrera sin sentido. La confianza que puede generar este estado de cosas, es muy limitada. Solo la generosidad, el amor y la solidaridad pueden cambiar el rumbo y cauce de la primera raiz de la convivencia.
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