En un lugar del sudeste asiático , se mostraban los cuerpos
sin vida de unos seres cuyo error consistía en estar en el lugar de explosión
de la locura humana , de la cobardía impune , del odio más exacerbado , de la
maquinación política , económica y armamentística , con visos de escaparate
horrendo del poder de la miseria en sus más altas cotas para temor del mundo.
Con ser todo esto pavoroso, a mí me
emocionó hasta la tristeza del dolor más angustioso la visión de un niño bebé
que como única prenda de vestir y sudario lucía un pañal , un sencillo pañal,
que seguro le había colocado su madre con amor.
La congoja me atenazó
todas las fibras sensibles de mi ser y desde entonces no comprendo como puedo
vivir como si nada hubiera pasado. Y esas instituciones cuya razón de ser es el
amor y la defensa de los más desvalidos . De los predicadores que gritan los
principios de doctrinas divinas. Echo en falta siquiera un grito universal de
protesta que obligara a los culpables a
ahogarse en su propia
vergüenza.
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