jueves, 29 de agosto de 2013

Guerra química.

En un lugar del sudeste asiático , se mostraban los cuerpos sin vida de unos seres cuyo error consistía en estar en el lugar de explosión de la locura humana , de la cobardía impune , del odio más exacerbado , de la maquinación política , económica y armamentística , con visos de escaparate horrendo del poder de la miseria en sus más altas cotas para temor del mundo.
    Con ser todo esto pavoroso, a mí me emocionó hasta la tristeza del dolor más angustioso la visión de un niño bebé que como única prenda de vestir y sudario lucía un pañal , un sencillo pañal, que seguro le había colocado su madre con amor.
La congoja me atenazó todas las fibras sensibles de mi ser y desde entonces no comprendo como puedo vivir como si nada hubiera pasado. Y esas instituciones cuya razón de ser es el amor y la defensa de los más desvalidos . De los predicadores que gritan los principios de doctrinas divinas. Echo en falta siquiera un grito universal de protesta que obligara a los culpables a
ahogarse en su propia vergüenza.

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